Los resultados hablan por si mismos: Cientos de miles de niños dejan la escuela secundaria cada año. De los que sí se gradúan, casi un tercio “no están preparados académicamente para clases universitarias del primer año,” según el reporte del servicio de exámenes ACT del 2013. El Foro Económico Mundial clasifica a los Estados Unidos como cuadragésimo noveno de 148 países desarrollados y no desarrollados, en cuanto a calidad de instrucción en ciencias y matemáticas. “La base fundamental del sistema está fatalmente defectuosa,” dice Linda Darling-Hammond, profesora de educación en Stanford y la directora fundadora de la Comisión Nacional Sobre la Enseñanza y el Futuro de América. “En 1970 los tres conocimientos prácticos más codiciados por las compañías en el Fortune 500 eran: leer, escribir y aritmética. En 1999, eran: trabajar en equipo, resolución de problemas, y habilidades interpersonales. Necesitamos escuelas que desarrollen estas habilidades.”
Y es por eso, que una nueva generación de educadores, inspirados por el internet, la psicología evolucionaria, la neurociencia y la inteligencia artificial, están inventando nuevos métodos radicales para que los niños aprendan, se desarrollen, y prosperen. Para ellos, la sabiduría no es un producto que pasa de manos de maestro a estudiante, si no es algo que surge de la curiosidad de los estudiantes. Los maestros proporcionan claves, no respuestas, y luego se alejan para que ellos mismos se enseñen y aprendan de cada uno. Están creando formas para que los niños descubran sus propios intereses—y en ese proceso estos maestros están desarrollando una generación de genios.
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